Columna económica en el programa radial "Código de Barras" por Frecuencia Zero FM 92.5
Se profundiza la estructura tributaria regresiva argentina
¿Qué nos deja el kirchnerismo?
Comencemos con el discurso de Cristina del 12 de marzo pasado, donde afirmó que la presión tributaria argentina está por debajo de las de los países desarrollados. ¿Verdadero o falso? Verdadero, pero en estos últimos años se le acerca a una velocidad astronómica. Los diarios de los últimos días dan profusa información sobre algo que, los que seguimos el tema, venimos discutiendo desde hace años. Bienvenida sea la “popularización” periodística entonces, si sirve para discutir y aclarar.
El promedio de presión fiscal de los países de la OCDE es el 34,1% (total de impuestos cobrados sobre PBI). En nuestro país (sin meternos a debatir acerca de los cálculos del PBI, o sea asumiendo como ciertos los datos oficiales), ya es del 31,2% (datos de la Cepal). ¿Poco o mucho? Ese no es el debate, sería un falso dilema. Las dos preguntas centrales son como se gasta esa recaudación (la famosa “calidad del gasto”) y cuan progresiva o regresiva es esa estructura tributaria.
No voy explayarme sobre el gasto público en el día de hoy (será producto de otras reflexiones en días siguientes). Sí, digamos, a groso modo, que un monto importantísimo, central, de lo que ingresa por impuestos, termina “saliendo” por pagos de compromisos de deuda pública (la “maldita”deuda externa, aunque se quiera disfrazar esto con el mentiroso “desendeudamiento”), y otro paquete millonario se va en subsidios a grandes empresas, fundamentalmente del rubro de servicios públicos privatizados, del transporte automotor o de energía. Poco, muy poco, es lo que en comparación, puede denominarse que “vuelve al pueblo” en obras, mejoras en salud o educación pública.
Pero vamos al corazón de nuestra reflexión de hoy. La estructura tributaria argentina es terriblemente regresiva. Una de los peores del mundo, diríamos. Y además, le agrego, es perversamente regresiva. Tiene el “récord mundial” de hasta transformar en regresivos a impuestos que, en situaciones normales, nadie dudaría de su carácter progresivo (como el caso del impuesto a las ganancias).
Vamos por partes: ¿cuál es el principal impuesto recaudado en nuestro país? El IVA, el sumun de impuesto indirecto regresivo, el que usamos como ejemplo en los libros de texto para explicar un tributo regresivo. Como siempre, en la Argentina es mucho peor que en otras partes. A groso modo, con el IVA, se pueden hacer dos cosas: no generalizarlo, es decir eximirlo de productos de la canasta popular, y colocarle una alícuota alta (es lo que hacen algunos países). O, al revés, mantenerlo generalizado y con una alícuota baja.
Partiendo de la base de que mi opinión es que se trata de un impuesto que debiera desaparecer, tenemos sin embargo estos dos “escenarios no ideales” que acabo de citar. Pero la Argentina bate los records mundiales de regresividad: alícuota alta (altísima) y generalización (prácticamente todos los artículos de consumo pagan IVA). ¿Qué hizo este gobierno, en sus ya largos doce años para mejorar, aunque sea un poco, este escándalo? Absolutamente nada. Más aún, mantuvo la última alza de la alícuota, que había sido definida por Domingo Cavallo en la década del 90.
Pero vayamos a lo que se va transformando en lo más escandaloso en los últimos tiempos: la perversa deformación del impuesto “progresivo” por antonomasia: ganancias. Los trabajadores, los asalariados argentinos, descubrimos en la última década, que tenemos que pagar “impuesto a las ganancias”. Empecemos por lo conceptual: impuesto a las “ganancias”, como su nombre lo indica, debe ser un tributo a la rentabilidad del capital invertido por los empresarios capitalistas. El salario es una entidad distinta, no tiene nada que ver con este concepto. Parece obvio, pero la deformación es tal que tenemos que empezar por este sencillo ABC.
Ahora vamos a lo concreto: siempre existió dentro del impuesto a las ganancias, el que se cobra a las personas físicas. Cierto, las ganancias pueden ser el producto de una empresa (persona jurídica) o de una persona física. Por ejemplo, el caso de un comerciante unipersonal, o un profesional que factura por los servicios que brinda en su estudio o consultorio. Incluso, podemos aceptar (aunque preferiríamos que ya no se hablara de “ganancias”, sino de otro tributo), que se le cobre impuestos a un Ceo o Gerente General de una empresa que cobra sumas millonarias por parte de esta. Históricamente, lo que se denominaba la “cuarta categoría” del impuesto a las ganancias remitía a estos casos.
La perversión nació con Machinea, y su famosa “tablita” de diciembre de 1989. Nótese entonces, que así como en el caso del IVA, el kirchnerismo se “aprovecha” de las modificaciones impositivas promovidas por Cavallo en los 90, en ganancias se hace seguidismo a una medida llevada adelante por la Alianza que todo el mundo criticó en su momento y que fue presentada como un ejemplo del ajuste contra los sectores populares.
En concreto, las modificaciones de los pisos mínimos, y de las diferentes categorías a partir de las cuales se paga más, hizo que, por primera vez en la historia, franjas de trabajadores especializados (los que tenían salarios más altos) empezaran a ser alcanzados por los descuentos de ese tributo.
Pero lo verdaderamente escandaloso se dio durante el kirchnerismo: producto de la inflación (que como las brujas, aunque no se hable de ella, existe, y en cantidad), los salarios nominales empezaron a aumentar, producto de las luchas de los trabajadores ante la pérdida de su poder adquisitivo. Y así, rápidamente, cada vez más franjas de asalariados cayeron dentro de los que “pagaban ganancias”. No es una “sensación” ni una “discusión de privilegiados”. En 2010, se recaudaba en concepto de pagos de ganancias por trabajadores en relación de dependencia y autónomos un monto equivalente al 1,32% del PBI. Hoy, si miramos los datos finales de 2014, ya es el 2,59% del PBI. Comparémoslo con el total que recauda el impuesto a las ganancias, que el 6,21% del PBI. O sea que, en lo que debería ser el impuesto más progresivo de nuestra estructura tributaria, casi la mitad de lo que se recauda (el 41,7% para ser exactos), lo pagan los trabajadores.
Recapitulemos: los trabajadores y sectores populares pagan el IVA, pagan “ganancias” sobre sus salarios. Del otro lado, los capitalistas apenas pagan la mitad de todo lo que se recauda por ganancias. Si a esto le sumamos otras perlitas, como que la renta financiera está exenta del pago de impuestos, y los escándalos siempre presentes de “elusión” (evasión impositiva legal) o directamente evasión por parte de los grandes jugadores (que después son premiados con blanqueos diversos) tenemos dibujado el “mapa” de la estructura impositiva argentina.
El kirchnerismo nos puede retrucar: “pero existen las retenciones al comercio exterior”. Cierto, pero las puso Duhalde, no fueron un producto propio de la economía kirchnerista. Y además, recauda mucho menos que IVA y Ganancias. Y podríamos cerrar esta nota diciendo que, en estos doce años, el gobierno también mantuvo otras “perlitas” tributarias regresivas creadas por el menemismo, como el impuesto a los débitos y créditos bancarios (impuesto al cheque).
Mi conclusión: hace falta una profunda y total reforma tributaria, para que efectivamente paguen más los que ganan y tienen más, para que paguen impuestos especiales los que hacen superganancias u hoy están exentos. No acepto el chantaje de que, si sacamos tal o cual impuesto, “se acaba la Asignación Universal por Hijo” o “dejan de cobrar los jubilados”. Es mentira: nos quieren meter en la guerra de pobres contra pobres, que los trabajadores, que no llegan muchos de ellos al valor de la canasta familiar, financien a los indigentes. Todo mientras los grandes empresarios, nacionales y extranjeros, con la mirada cómplice del gobierno, siguen llenándose los bolsillos y su contribución es tributaria es mínima.